Su cariño hacia nosotros lo manifestaba también a través de María Santísima de la Trinidad, a la que miraba de cerca en ocasiones y le decía muy flojito: “que carita más guapa tienes”. Han sido muchas las ocasiones en las que nuestra Hermandad utilizó la capilla del convento para celebraciones de la Eucaristía, rezos del rosario, besamanos, besapies y otros actos. En todos, era frecuente acercarnos a la reja de la clausura y mantener amigables charlas con todas ellas. No olvidaremos una celebración por Santa Clara, en la que pudimos imponerle a Sor Pilar el escapulario trinitario de la Archicofradía, al que besó y con una enorme sonrisa, nos lo agradeció como si de un valiosísimo regalo se tratara.
Sor Pilar gozaba de un humor inteligente y acendrado que en ocasiones nos arrancaba a todos unas risas, sobre todo cuando en las últimas navidades nos acercábamos hasta el Puerto para llevarles a todas unos regalos por Reyes. Eran visitas cortas, de tiempo estipulado, pero llenas de vida, de paz y sobre todo de oración. Porque tan sólo bastaban unos minutos de conversación con Sor Pilar, y con el resto de monjas, para contagiarte de la paz y el sosiego que transmitía.
El que hoy escribe esta necrológica, pudo asistir a la última misa que se celebró en la capilla del Convento antes de que fuera cerrado para siempre. La misa la ofició el recordado P. Piñero, y tras finalizar, consumir todas las sagradas formas y dejar el sagrario abierto, nos animó y nos instó al reducido grupo de fieles que nos congregamos, que recordáramos con cariño las vivencias experimentadas en aquel santo lugar. Tras la misa, me acerqué a la reja del altar y allí estaba Sor Pilar esbozando una ligera sonrisa. No hablé con ella, pero con un gesto inequívoco, me dijo, que lo que estaba ocurriendo era lo que el Señor le estaba pidiendo y que ella, así lo asumía y lo acataba con alegría. Siempre dando lecciones de amor.
Con la muerte de Sor Pilar, se va una de las pocas raíces que nos van quedando de aquellas clarisas que tanta vida y prestigio dieron a los isleños desde el convento de la calle Constructora Naval. Ellas hicieron que los itinerarios de las hermandades se cambiaran para pasar por allí, y provocaban que los pasos se giraran y se acercaran a la ventana del convento, desde donde Sor Pilar, posiblemente de puntillas, apenas alcanzaba a asomarse para vivir y ver “esa cara tan bonita”.
Con la certeza de que goza del descanso eterno junto al Padre, nos unimos en oración por su alma. Nunca te olvidaremos Sor María del Pilar.
La Junta de Gobierno.